a_Rena

- Entre tus manos -



Crónica de un final anunciado
Era sábado. Es raro como después de tantos años, aún puedo recordar la fecha exacta. Mayo, sábado 9 de mayo de 2009 para ser exacto. Ese día desperté imaginando lo que podría acontecer, pero creo que no estaba preparado. Le hablé por msn o en verdad creo haberla llamado, no alcanzo a recordar ese nivel de detalle. Le pregunté si nos veríamos, como era habitual dentro de nuestra relación, vernos los sábados.

Me dijo que no podía, que estaría ocupada en la tarde, que tendría cosas que hacer. ¿Cuándo fue que pasé a estar en segundo plano? Ciertamente creo que no alcancé a notar la transición, hasta darme cuenta y poder asumir que ya estaba inmerso en esa situación.

-    Bueno, -le dije-. Pero veámonos, necesito verte, hablar a la cara.
-    Ok, pero que sea temprano, porque tengo que salir.
-    Si sé, ya entendí, no soy idiota, aunque lo parezca. Almuerzo y salgo.
-    Ya, porque antes de las 7 me…
-    Ya, si, sí. Ya entendí…

Así que cumplí mi palabra, me duché temprano ese día, almorcé y me preparé para salir. Tomé un colectivo para llegar a la plaza. La volví a llamar para decirle que ya iba de camino. Recibí una indiferente respuesta, acusando recibo.

Tomé la micro que me dejaba en su casa, con mis audífonos bien puestos como siempre, evitando el ruido ambiental y más aún el ruido producido dentro de mi cabeza, del cual siempre he tratado de permanecer distante.

El camino fue difuso, en las micros ves muchas cosas que te sacan de contexto. Le gente que sube, los autos que pasan alrededor, las conversas de otras personas, los vendedores ambulantes. Incluso creo que ese día vi una pelea. No lo recuerdo bien. Iba en otra.

Llegué. Llamé a su puerta. Recuerdo incluso la ropa que llevaba puesta. Jeans “oscuro medio gastado” (como si eso fuese un color) con un chaleco morado, ambas prendas que habíamos comprado juntos, esa vez que me llevó a comprarse ropa al mall. Yo acompañando a una mujer a comprar ropa al mall. Pero así fue. Prendas que por cierto la hacían ver preciosa. Más de lo que ya era para mí. Ropa que estuvimos alrededor de una hora eligiendo y por la cual hasta discutimos en el intertanto. Yo por su demora y ella por mi falta de paciencia.

Salió de la casa, intenté pasar, como era de costumbre, pero dijo que no. Que era mejor conversar fuera. Me saludó de beso en la mejilla.

-    ¿Qué mierda te pasa? Se “supone” que aún somos pololos.
-    O sea, sí, pero igual.
-    ¿Cómo que igual? en verdad no entiendo bien lo que está pasando.
-    Nada poh, te dije que iba a estar ocupada hoy, pero tú quisiste venir igual.
-    Ok… déjame entender. Me pediste tiempo o sino terminábamos. Y te dije que no. Que éramos o no éramos. Que somos o no somos. Que no sirvo para las weas a medias.
-    Sí, y preferiste no tomar el tiempo, así que se “supone” que ya no somos nada.
-    Si vine hoy en persona, es porque es obvio que pretendo seguir contigo.
-    Así es, pero yo no.

Esa frase lo cambió todo. En ese momento pasó una brisa por nuestro alrededor, una tibia, como las de otoño, cerca de las 3 de la tarde. Una brisa fría, en cambio, cruzó por mi mente, arrastrando imágenes, recuerdos y sentimientos, en un huracán de ideas dispersas. No supe bien que responder.

Cuando subí al colectivo, venía pensando en las posibles frases con las que respondería a cada escenario posible. Pero no las tenía. Ninguna de ellas.

Sentí en sus palabras el peso y la frialdad de alguien completamente distante.

-    Esa me dolió. –fue lo primero que atine a decir balbucear–
-    Así es la vida poh washito. –Aludiendo a la misma frase que yo utilizaba con ella–
-    Nada puede ser tan terrible en esta vida ¿No lo recuerdas? Eso era lo que me decías tu a mí.

En ese momento estaba roto. Mis partes rodaban por el suelo y solo intentaba parecer fuerte, no despedazándome en el momento.

La miré. La miré a los ojos. La miré fijamente, pero no era ella. Era una piedra. Después de tanto tiempo juntos, tanto cariño, tanto amor, tanta paciencia y tanta dedicación… Mis manos simplemente temblaban. Mi voz también. Mi mente no lo podía creer. Pero era así. Estaba sucediendo.

Segundos eternos pasaban frente a mí. Mientras mi cerebro intentaba elaborar una frase que no la cagara más de lo que ya lo había hecho.

-    ¿Me dejai al menos, despedirme de tus viejos?
-    No, ¿pah qué?
-    ¿Cómo que pah qué? Porque a pesar de que sean mis suegros, igual les tengo cariño.
-    Nah, solo va a empeorar más el momento. No quiero que se ponga más triste.
-    ¿Triste? Pero si estás hecha una piedra. Ni siquiera te reconozco.
-    Bueno, creo que al fin me volví como tú, apartando mis sentimientos.
-    -Entre un “suspiro nasal” y una risa nerviosa, le dije- Sí, pero tienes que tratar de sacar lo bueno de las personas. No sus pifias, no la parte negra.
-    Creo que entonces me mimeticé. Ahora soy “Renata Zeta” jajaja
-    Ja, ja, ja, como si en algún tipo de forma, eso pudiera haberme causado algún tipo de gracia.

Ya mi corazón estaba agitado, mis ideas dispersas y no quería más. No supe que hacer, que decir ni cómo reaccionar. Suspiré profundo, boté el aire y le insistí con lo de dejarme despedirme de sus viejos. Intento en vano, obviamente.

En ese momento me sentí frágil, débil, dolido. Finalmente, el chico sin sentimientos, estaba sintiendo. ¿Será que finalmente Daniela, perdón, Renata, había conseguido destruir la coraza?

De que estaba quebrada, eso ya era un hecho. Pero, ¿Será que esta vez había sido removida por completo?

Supongo que sí, porque me dolía. El momento me dolía. La situación, su actitud, su estrechez de mente. Pero su estrechez de corazón, era lo que me estaba matando.

-    No te pido nada más, que valores este amor. Que lo guardes en un libro y lo atesores cerca de tu corazón.

Recuerdo haber mencionado esas palabras. “Clichemente” las pronuncié, pero ya nada servía. Ella parecía inmutable, casi con una sonrisa macabra alegre, de estar por fin desprendiéndose de lo que le imposibilitaba continuar con sus planes apartados de mí. ¿Lágrimas en mis ojos? No lo recuerdo y si no las recuerdo, es porque no lloré. Talvez se me habrá escapado alguna que otra, pero intente que no se notaran. A esas alturas ya todo daba lo mismo. El dolor en mi garganta era palpable. Mi pecho ya estaba sumamente apretado.

-    Entonces, supongo que esto sería todo.

Me miró con cara de compasión y encogiendo sus hombros.

Esa fue fuerte. No me la esperaba. Ni siquiera una palabra para despedirse o consentir a las mías.

Intenté robarle un beso, justo antes de irme. Me lo negó. Conchetumare que fuerte.
Creí que el momento ya había pasado. Pero no. Al escribirlo, al recordarlo, al pasarlo por mi mente, como una película, para poder anotarlo en estas líneas, recuerdo y me doy cuenta que aún me duele.

¿Cómo es posible desprenderse tanto, después de haber amado con todo? ¿Es tan corto el amor y tan largo el olvido? ¿Cuándo fue que nuestros corazones finalmente terminaron por alejarse por completo?

Seguramente había sucedido hace tiempo, pero yo no lo había visto, o talvez no quise verlo. No hay peor ciego que el que no quiere ver.

Así que primero me la jugué con el lado “amable”.

-    Va a venir “Guns”, ¿Con quién voy a ir a verlos si no es contigo?
-    No sé pos, anda con el Fil.
-    Nah, sabes que no es lo mismo ir a algo que a uno le gusta con un amigo, que con la persona que uno quiere.
-    Sí sé, pero prefiero que no.

Entonces, luego de un silencio incómodo y de pasar mi mano por mi cara (como un reflejo de desagrado), intenté buscar por el lado “doloroso”.

-    ¿Sabí que te vay a arrepentir, cierto?
-    No lo sé, espero que no.
-    Sabes que siempre tengo la razón.
-    Sí. Bueno, casi. Pero espero que esta no.

Así que con un suspiro sollozado y tragando saliva con dificultad (y quien lo ha vivido sabe a lo que me refiero), hice mi última pregunta:

-    ¿Me dejay abrazarte al menos?
-    No. Creo que es mejor que no.
-    Ok… Suerte en todo entonces. Te deseo lo mejor (frase para el oro). Me voy.
-    Que te vaya bien, suerte a ti igual.

Di la media vuelta y miré al cielo, di un par de pasos hasta llegar a la esquina. Me volteé esperando la última mirada. Esa cursi, esa de las películas. Esa que te indica que, frente a todo mal pronóstico, aún puede que aún quede alguna luz de esperanza. No volteó. Ni siquiera lo intentó. Solo alcancé divisarla cuando ya estaba cerrando la puerta. Pensé en volver. ¿Para qué? Ni idea. Suelo ser un weon insistente. Pero no. Preferí que no. El dolor ya era fuerte, la angustia trataba de estar controlada. Creo que lo viví casi como la noticia de un luto. Esa que sabes que es cierta, pero que te niegas a creer. Esa que te hace pasarte la película de tu vida junto a aquella persona en un segundo, pero que te cuesta asimilar. Traté de estar tranquilo, de hacer como que no me estaba pasando. Miré al cielo nuevamente y un destello de sol dio en mis ojos. Había luz de pleno día, pero no hacía calor. Venía el invierno. Caminé al paradero, me puse los audífonos. Puse un disco de Fahrenheit, de esos con varias canciones a la vena, pero que me gustaban bastante.

Esperé un rato sentado en el paradero, hasta que hice parar la Metrobus 81. Subí, pagué el pasaje, recibí el boleto. Sentía que todo iba en cámara lenta. Talvez era que no quería dejar el momento atrás, si no que llevármelo grabado. Miré al suelo, vi mis zapatillas y el piso del bus, para darme cuenta que no estaba en un sueño (o una pesadilla). Caminé hasta el fondo de la micro, último asiento, como me gustaba. Pedí permiso, me senté y miré por la ventana. En ese momento, me di cuenta que todo había acabado.


v_Ida (Desde 2017) / Escritos por RodrigoZeta